De cuando NO fuí al concierto de Guns N´Roses en 1992

En la secuencia de artículos sobre viajes, hago una pausa para matizar la sección de "Mundo y Cultura" compartiendo otra de mis pasiones: la música. Más que hablar de la música en sí misma, me encantaría compartir perspectivas, experiencias y opiniones. Al tratarse de este tema, no son materia precisa y tienen un carácter subjetivo, de acuerdo a mis gustos y pasiones en el arte. Con esta advertencia, sigo hoy para compartir lo que para mí ha sido material de varias reflexiones, ya no solo sobre la música, sino también sobre la condición humana, sobre el paso del tiempo, sobre la euforia de hacer parte de un momento histórico, etc. Ya verán a qué me refiero.

Como ya lo había contado en otro artículo, soy orgullosamente generación X y, más que coleccionar críticas frente a las más recientes generaciones, me satisface el cúmulo de experiencias que el tiempo y el país me dieron, especialmente con el género de música que más amo: el rock. Mi referencia a esta generación busca ubicarlos en lo que les quiero contar.

Corría el año 1992 y veíamos que el rock presenciaba el fin de la fiesta por el ascenso del movimiento grunge. Los 80's y sus grupos parranderos como Mötley Crüe, Aerosmith, Def Leppard, entre otros, nos habían animado muchas fiestas, nos habían regalado las baladas más poderosas para esos primeros amores. El rock se mostraba en su esencia más dura, ruidosa, brillante y, en el país, contrastaba con lo que hacían tendencias más fuertes, más oscuras (por llamarlas de alguna manera) o más punk, rechazando la realidad que de muchas formas trataba de informar el "No futuro" para gran parte de esta generación. La coyuntura entre este escenario y el que venía con Nirvana, Pearl Jam, entre otros, era sin lugar a dudas aquella banda de Los Ángeles, que cerraba el hard rock dejando la vara tan alto que nadie podría bajarla tan fácil.

Y es que ese sonido brutal de "Welcome to the Jungle", que venía dentro de un álbum con otro nombre no menos poderoso, el famoso Appetite for Destruction, nos mandó un mensaje total a la generación: la calle era el escenario, no estaría fácil y había que abrir los ojos para ver lo que había alrededor. MTV ayudó con los videos de la banda, el cine haría lo suyo con la saga de la segunda parte de Terminator, que nos decía que en algún momento, algún idiota del mundo podía apretar el botón.

En fin, nosotros, desde la periferia de este escenario musical, añorábamos esos videos y películas, y soñábamos con nuestras fiestas alrededor de esta música. No fue poca la emoción cuando, de pronto, de la noche a la mañana, sin saber mucho del tema de giras y conciertos (porque aquí no venía nadie), aparecieron los titulares, las noticias y los programas de radio anunciando: "En noviembre, Guns N' Roses, los rebeldes de L.A., vendrían a Bogotá a un concierto único".

 

Parecía mentira, parecía que nos estaban jugando el día de los inocentes a destiempo. ¿Cómo era esto posible? Pues sí, era posible, y quienes se embarcaron en la aventura de hacerlo deberían enfrentar el país que todavía no entraba a los noventa con preconceptos del satanismo del rock de los años 70's, con una sociedad pasmada por la violencia que no terminaba y con el aislamiento que buscaba terminar con la apertura económica. Tiempos de racionamiento de energía, de "Hora Gaviria", de triunfos colombianos restringidos a la bicicleta y a la ilusión que nos daba el fútbol.

Sí señores, venía Guns N' Roses y había que verlos. Les adelanto el final… Yo no fui. Si pensaron que el artículo era un recuerdo apoteósico del concierto, debo afirmar lo contrario. No pude ir, era frustrante no lograrlo, pero lo que sí quiero ofrecerles es la perspectiva del que parece ser el único bogotano que no fue al concierto. Y lo digo porque, en las décadas siguientes, al encontrarme con otros de esa generación y al conocer gente nueva, pero de la misma edad en ese entonces, todos, sin excepción, fueron y lloraron cuando Axl cantó "November Rain" y empezó a llover en Bogotá. Intentenlo ustedes, pregunten y verán que todos estuvieron ahí.

Y es que ese es el objeto de este artículo: la intensidad de la forma como vivimos y la inmensa felicidad de saber que todo esto pasó ese día de noviembre de 1992 en el concierto, metió al estadio a toda mi generación. Así no hubiéramos ido, todos nos sentimos parte. Les aseguro que no todos podrían dar fe de haber visto la banda, pero la intensidad de esa noche nos incluyó a todos. Y es que, más que investigar quién realmente fue o no fue, se trata de emocionarse con lo que pasó y aprender de muchas lecciones que nos dejaron esos días. La ciudad y el país estaban para grandes cosas. El fracaso de un concierto de cuarenta minutos dejaba la lección de poder recibir grandes artistas superando los retos que había que superar: la seguridad debería mejorar, y los protocolos de organizadores, de miembros de la alcaldía, entre otros. Hasta el público debía aprender lecciones. Pasa lo mismo cuando salen las memorias del Concierto de Conciertos de 1988 en el Campín: todos, sin excepción, fueron y disfrutaron de más de diez horas de rock. Parece que es nuestro Woodstock, esa memoria colectiva que nos une. Al ver hoy un estadio lleno que recibe a múltiples generaciones viendo a Paul McCartney, a los que vieron a Shakira o a los mismísimos Rolling Stones, vemos que somos un país que aprende sus lecciones, tanto las grandes como las pequeñas. Y así yo no haya ido a ver a mi banda favorita de ese entonces, y otros, sin haber ido, proclamen haber hecho parte, siento que el tiempo nos da la oportunidad de narrativas poderosas, hasta inspiradoras. Si hoy los jóvenes se contagian de ese espíritu, ¿qué importa no haber estado si realmente hiciste parte?

Finalizando este artículo, les confieso que finalmente sí fui a verlos, pero cuando volvieron y dieron un épico concierto en Medellín en 2016. Esa aventura se las contaré después.

El Ritual de Peter Luger (NY): Un Peregrinaje Gastronómico Inolvidable

En mis anteriores crónicas de viaje, les he compartido la búsqueda constante de esa Nueva York que se esconde tras los destellos turísticos. Hoy, los invito a un peregrinaje culinario, una inmersión profunda en el corazón de la tradición gastronómica neoyorquina: Peter Luger Steak House (178 Broadway, Brooklyn, NY 11211). Prepárense para una tarde que se convertirá en un recuerdo imborrable, un ritual donde la carne es la protagonista y la historia se degusta en cada bocado.

Este icónico establecimiento no es solo un restaurante, es un monumento a la pasión por la carne. Desde 1887, este templo gastronómico ha resistido el paso del tiempo, conservando la esencia de su fundador y perfeccionando el arte de la parrilla. Tres siglos de historia se entrelazan en sus paredes, donde generaciones de amantes de la carne han rendido tributo a su sabor inigualable. ¿Por qué este lugar? Porque aquí, la carne no es un simple alimento, es una experiencia sensorial que trasciende el paladar. Cada corte es seleccionado con meticulosidad, madurado con paciencia y cocinado con maestría. La familia Luger, celosa guardiana de su legado, ha preservado las técnicas ancestrales que hacen de su carne un manjar único en el mundo.

Quiero aclarar que este artículo no ha sido patrocinado de ninguna forma por Peter Luger Steak House. Lo escribo desde el profundo cariño y admiración que siento por la experiencia gastronómica que ofrece este restaurante, un lugar que se ha convertido en una parada obligada en mis viajes a Nueva York.

El peregrinaje a este santuario de la carne comienza en Grand Central Terminal, un crisol de culturas y sabores. Desde allí, el metro se convierte en el vehículo que nos transporta a Brooklyn, el barrio donde se encuentra. Las líneas 4, 5 o 6 nos llevan a Union Square, donde un trasbordo a la línea L nos conduce a la estación Bedford Av. Un corto paseo a pie, y la fachada se alza ante nosotros, como un portal a otra época.

Al cruzar el umbral, nos adentramos en un mundo donde el tiempo se detiene. El ambiente es cálido y acogedor, con mesas de madera maciza, paredes adornadas con fotografías en blanco y negro y un bar que invita a la conversación. Los meseros, vestidos con impecables delantales blancos, nos reciben con una sonrisa y nos guían a nuestra mesa. La atmósfera es sencilla y elegante, sin pretensiones. Aquí, la atención se centra en lo que realmente importa: la carne. Los aromas que emanan de la parrilla nos abren el apetito y nos preparan para el festín que está por comenzar.

La carta es un homenaje a la carne. El filete, jugoso y tierno, es la estrella indiscutible, pero el menú ofrece otras delicias, como el cordero y el salmón, todos preparados con la misma dedicación y maestría. Las guarniciones, como las papas fritas crujientes y la espinaca a la crema, complementan a la perfección la experiencia. La elección del vino es otro ritual. La carta ofrece una selección excepcional de vinos tintos, perfectos para maridar con la carne. Los meseros, expertos en la materia, nos asesoran con amabilidad y nos ayudan a encontrar el vino perfecto para nuestro gusto.

Cuando la carne llega a la mesa, se despliega un espectáculo para los sentidos. El mesero, con movimientos precisos, corta la carne en porciones generosas y las coloca en un plato inclinado, para que los jugos se concentren y bañen cada bocado. La carne se deshace en la boca, liberando un sabor intenso y complejo. La textura es suave y sedosa, y el aroma a parrilla nos transporta a un mundo de placer gastronómico. Cada bocado es una explosión de sabor, un homenaje a la tradición y la pasión por la carne.

Pero la experiencia no se limita al plato principal. Los acompañamientos son igualmente memorables. Las cebollas, caramelizadas a la perfección, ofrecen un contraste dulce y ácido que realza el sabor de la carne. La ensalada, fresca y crujiente, limpia el paladar entre bocado y bocado, preparándonos para el siguiente deleite.

Después de deleitar nuestros paladares con la carne, llega el momento del postre. El strudel de manzana, con su masa crujiente y su relleno de manzana caramelizada, es el broche de oro perfecto para este festín. Acompañado de una taza de café recién hecho, nos permite prolongar el placer y disfrutar de la sobremesa. La experiencia no termina con la cuenta. Al momento de pagar, los meseros nos sorprenden con unas monedas de chocolate, un detalle que nos invita a regresar. Para mí, ir allí se ha convertido en una parada obligada en mis viajes a Nueva York. Cada vez que regreso, siento que estoy volviendo a casa, a un lugar donde la tradición y el sabor se fusionan para crear una experiencia inolvidable.

La experiencia no termina con la cuenta. Al momento de pagar, los meseros nos sorprenden con unas monedas de chocolate, un detalle que nos invita a regresar. Para mí, visitar Peter Luger se ha convertido en una parada obligada en mis viajes a Nueva York. Cada vez que regreso, siento que estoy volviendo a casa, a un lugar donde la tradición y el sabor se fusionan para crear una experiencia inolvidable. Sin embargo, Nueva York es una ciudad de infinitas historias, y cada uno de sus steakhouses merece su propio relato. Desde el clásico Keens Steakhouse, con su colección de pipas y su ambiente histórico, hasta el elegante Wolfgang's Steakhouse, con su carne madurada en seco y su ambiente sofisticado, cada restaurante ofrece una experiencia única. Explorar la escena de los steakhouses en Nueva York es descubrir un mundo de sabores, tradiciones y pasiones, donde cada bocado cuenta una historia.

A propósito de las ciudades como escenario de viajes: New York “Destino imperdible”

Si existe una ciudad que hay que volver a conocer por su permanente cambio, esa es New York. Difícilmente se puede afirmar que se han cubierto sus atractivos o su oferta para el viajero. Siempre va a hacer falta un viaje extra para ver no solo lo último, sino también para reconocer lo que tal vez no quedó tan bien visitado la primera vez. Aunque los espacios permanentes que tiene siempre han estado, su marco cambia, los referentes cercanos son otros y vale la pena recrear un circuito para volver a admirarse de la ciudad que contiene lo antiguo y lo nuevo en nuevas estructuras urbanas, siempre haciéndola atractiva, excitante y, en muchos casos, deslumbrante. La lógica de esos cambios no siempre gusta y son materia de críticas por lo que implica la gentrificación de áreas deprimidas que dan paso a nuevas propuestas. Sin embargo, y sin comprometerse con ese debate en este texto, paso a compartir lo que implica ver y recorrer la capital del mundo, apelativo demasiado acertado al ver allá lo que, de alguna forma, parcial o totalmente, va a ocurrir en las demás ciudades del mundo.

Retomando lo que en otro texto compartía sobre ser viajero, no turista, esta ciudad merece ser recorrida a pie. Desde luego, y si quieres cubrir mucho más, podrás usar su muy completo sistema de transporte, que se complementa y se extiende año tras año como su metro, inacabado desde 1904 debido a permanentes planes de renovación y de extensión de sus líneas. Primer consejo, no te quedes con los highlights de la ciudad. No dejes que sitios como la Estatua de la Libertad, Battery Park o Times Square te roben la atención de otros rincones supremamente atractivos que harán inolvidable tu visita.

Atrévete a visitarla guiándote con tu celular. Planea el día, pero no dependas de un guía en un gran grupo que repetirá los espacios tradicionales que ahora te invito a replantear. Si es tu primera vez, y quieres una experiencia segura, toma el tour, sube al bus, escucha al guía. Te aseguro que valdrá la pena, pero si buscas la experiencia extra, quédate en estas líneas y contágiate del espíritu urbano del que camina sus calles y se atreve a sus edificios, parques y otros rincones menos convencionales para el turismo tradicional.

Advierto que las sugerencias que hago aquí quedan infinitamente cortas porque esta versión de New York ocuparía varios libros, te aseguro, todos incompletos. Es una ciudad muy rica en experiencias, todas valen la pena ser tomadas. Esta vez solo mencionaremos algunos puntos de Downtown.

Puedes salir del aeropuerto JFK, si es tu punto de llegada y si no llevas mucho equipaje (recuerda viajar ligero… en todo en tu vida), tomando el AirTrain, que te va a conectar con el sistema de metro, que puede ser tu mejor forma de moverte en la ciudad. Compra un tiquete de varios días y así evitas pagar más con cargas individuales.

Seguro buscaste tu hospedaje en la ciudad y ya te diste cuenta de que ofertas de Airbnb no se encuentran en Manhattan y seguro tomaste la opción de un hotel, a pesar de considerar que en los distritos cercanos sí puedes acceder a esa opción.

Dependiendo de la zona donde te vayas a quedar, debes organizar tu plan. De ahí puedes pensar si quieres empezar por las diferentes zonas de la ciudad y ya iniciaste creando tu propio circuito. Si, por ejemplo, decides que Downtown es lo primero, empieza temprano, no pierdas tiempo durmiendo porque lo mejor que se ve por fuera, se llena y podrás tener más tiempo para admirar cada visita.

Grand Central es tu hogar, siempre busca llegar ahí porque justo desde ahí puedes empezar varios planes. Si saliste demasiado rápido y no desayunaste, Mama Jo's Breakfast (NW Corner Of 47th And Park Ave New York, NY 10017) es tu oportunidad de tomar un desayuno en la calle, disfrutando de un café y un buen bagel. Entra en el ritmo de la ciudad y no te demores tanto en restaurantes, aunque sean muchas veces el high light del día.

Ahora bien, para aquellos que buscan una experiencia más allá de lo convencional, Downtown ofrece joyas ocultas que merecen ser descubiertas. Olvídate por un momento de Wall Street y el Puente de Brooklyn, y sumérgete en la historia subterránea de la estación fantasma de City Hall. Ubicada debajo del Ayuntamiento de Nueva York (City Hall, New York, NY 10007), esta estación, cerrada en 1945, conserva sus bóvedas de azulejos Guastavino y sus claraboyas originales. Aunque el acceso regular está restringido, el Museo de Tránsito de Nueva York ocasionalmente ofrece visitas guiadas, una oportunidad única para admirar la elegancia de una época pasada. Para un respiro de la jungla de concreto, el jardín Elizabeth Street (Elizabeth St, entre Prince St y Spring St) te espera con su encanto bohemio y su atmósfera relajada. Este pequeño oasis comunitario, fruto del esfuerzo de los vecinos, alberga una variedad de plantas, flores y esculturas, ofreciendo un refugio tranquilo en medio del bullicio del Lower East Side. Si buscas un atajo curioso, aventúrate por la Avenida 6 y medio, un peculiar callejón peatonal que atraviesa edificios de oficinas entre la Sexta y Séptima Avenida, específicamente entre las calles 51 y 57. Este pasaje, casi un secreto a voces entre los locales, ofrece una perspectiva inusual de la arquitectura de la zona.

Finalmente, para una vista panorámica única, asciende al Puente High Bridge (High Bridge Park, entre Washington Heights, Manhattan y el Bronx). El puente más antiguo de Nueva York, reabierto al público después de 40 años, ofrece vistas espectaculares del río Harlem y el Bronx. Un paseo por este histórico puente es una oportunidad para disfrutar de la belleza del paisaje urbano desde una perspectiva diferente. Además, para los amantes de la historia, el Museo del Tránsito de Nueva York (Boerum Pl & Schermerhorn St, Brooklyn, NY 11201) ofrece una fascinante visión de la evolución del sistema de transporte de la ciudad. Ubicado en una antigua estación de metro en desuso, el museo alberga una colección de vagones antiguos, carteles y artefactos que cuentan la historia del metro de Nueva York. Estos son solo algunos ejemplos de los tesoros que Downtown tiene para ofrecer al viajero curioso. Atrévete a explorar, a perderte por sus calles y a descubrir la esencia de una ciudad que nunca deja de sorprender."

¿Dónde viajar? ¿Escenarios naturales o ciudades? La gran decisión

La planificación de un viaje nos enfrenta a diversas encrucijadas, pero una de las más trascendentales es la elección del destino. ¿Nos dejamos seducir por la promesa de playas paradisíacas donde el sol besa la arena y el agua turquesa nos invita a sumergirnos en un mundo de serenidad? ¿O nos sentimos atraídos por el magnetismo de ciudades vibrantes, donde la energía bulliciosa de sus calles y la magnificencia de su arquitectura nos invitan a explorar sus secretos? ¿Quizás las majestuosas montañas, con sus picos nevados que se alzan hacia el cielo y sus valles profundos que nos invitan a la aventura, son las que nos llaman con más fuerza? ¿O tal vez preferimos el dinamismo de las metrópolis cosmopolitas, donde la diversidad cultural y la innovación constante nos ofrecen un abanico infinito de experiencias?

La respuesta a estas preguntas es tan personal como cada viajero. Dependerá de nuestros gustos individuales, de las metas que nos hayamos fijado para el viaje y de las pasiones que nos impulsan a explorar el mundo. Sin embargo, más allá de nuestras preferencias personales, tanto los escenarios naturales como las ciudades nos ofrecen la oportunidad de vivir experiencias únicas e inolvidables. Ambos tienen el poder de transportarnos a un mundo diferente, de despertar nuestros sentidos y de enriquecer nuestra alma con recuerdos que perdurarán para siempre.

En este artículo, te invito a sumergirte en el fascinante universo de las ciudades. Descubre cómo puedes transformarte en un viajero urbano auténtico, en lugar de ser un simple turista que se limita a tachar lugares de una lista. Atrévete a explorar la esencia de cada ciudad, a descubrir su alma y a conectar con su gente.

Ciudades con alma: Más allá de los lugares emblemáticos

Las ciudades ejercen una atracción irresistible sobre nosotros. Nos sentimos fascinados por sus lugares emblemáticos, aquellos que hemos visto en fotografías y películas y que anhelamos conocer en persona. ¿Quién no ha soñado con admirar la majestuosa Torre Eiffel en París, el icónico Big Ben en Londres o la vibrante Times Square en Nueva York? Estos lugares, símbolos de la cultura y la historia de cada ciudad, nos permiten conectar con su pasado y presente, y nos ofrecen una visión panorámica de su identidad.

Sin embargo, como viajeros curiosos y respetuosos, no podemos conformarnos con una mirada superficial. Te invito a ir más allá de los tours tradicionales, a aventurarte por los barrios menos conocidos, a conocer a su gente y a descubrir los secretos que se esconden en cada rincón. Explora los mercados locales, donde los colores, los olores y los sabores te transportarán a un mundo diferente. Piérdete en sus calles, sin rumbo fijo, y déjate sorprender por los tesoros ocultos que te aguardan en cada esquina.

Perderse para encontrarse: La magia de la exploración urbana

Perderse en una ciudad, en el buen sentido de la palabra, es una de las experiencias más enriquecedoras que un viajero puede vivir. Significa dejar de lado el mapa y dejarse llevar por la curiosidad, por el impulso de descubrir lo nuevo y lo desconocido. Significa caminar sin rumbo fijo, explorar callejones desconocidos y descubrir lugares inesperados que no figuran en las guías turísticas.

Perderse en una ciudad es abrir los ojos a lo que nos rodea, a los detalles que a menudo pasamos por alto en nuestra vida cotidiana. Es observar la arquitectura de los edificios, los colores de las fachadas, los rostros de las personas que caminan por las calles. Es escuchar los sonidos de la ciudad, el murmullo de las conversaciones, el eco de los pasos, el canto de los pájaros.

Perderse en una ciudad es, en definitiva, una invitación a vivir el presente, a disfrutar del momento y a dejarnos sorprender por lo que la ciudad tiene para ofrecernos. Es una oportunidad para conectar con nuestra propia esencia, para reflexionar sobre nuestra vida y para descubrir nuevas perspectivas.

El respeto ante todo: Un viaje consciente y responsable

Al explorar una ciudad, es fundamental recordar que somos visitantes en un territorio ajeno. Debemos ser conscientes de que cada ciudad tiene su propia cultura, sus propias costumbres y sus propias normas. Por lo tanto, es esencial viajar con respeto, ser considerados con los habitantes locales y evitar cualquier comportamiento que pueda resultar ofensivo o inapropiado.

Antes de visitar un lugar, infórmate sobre sus tradiciones, sus costumbres y sus códigos de vestimenta. Vístete de forma adecuada, especialmente si vas a visitar lugares religiosos o sitios históricos. Respeta los horarios de apertura y cierre de los establecimientos, así como las normas de cada lugar.

Sé amable y cortés con los habitantes locales. Si necesitas ayuda o información, no dudes en preguntar, pero hazlo siempre con respeto y educación. Recuerda que estás visitando su hogar, su ciudad, su cultura.

La gastronomía local: Un viaje a través de los sabores

La gastronomía es una parte fundamental de la cultura de un lugar. Probar los platos típicos de cada región es una forma de conocer su historia, sus tradiciones y sus costumbres. Además, la gastronomía local nos ofrece una experiencia sensorial única, que nos permite descubrir nuevos sabores, texturas y aromas.

Al explorar una ciudad, no te limites a los restaurantes de lujo o a los lugares turísticos. Aventúrate por los mercados locales, donde encontrarás productos frescos y de temporada, y prueba los platos que se preparan en los puestos callejeros. Visita los pequeños cafés y restaurantes de barrio, donde podrás degustar la auténtica cocina casera.

Pregunta a los habitantes locales cuáles son sus platos favoritos y dónde los puedes probar. Déjate sorprender por los sabores nuevos y descubre la riqueza culinaria de cada ciudad.

La arquitectura: Un reflejo de la identidad urbana

La arquitectura es otro elemento esencial de la identidad de una ciudad. Los edificios, las plazas, los monumentos y los parques nos cuentan la historia de la ciudad, su evolución a lo largo del tiempo y la influencia de las diferentes culturas que la han habitado.

Al explorar una ciudad, dedica tiempo a observar su arquitectura. Admira los detalles de los edificios antiguos, las fachadas decoradas, los balcones floridos. Contempla la majestuosidad de los monumentos históricos y la modernidad de los edificios contemporáneos.

La arquitectura es un reflejo de la sociedad y de su tiempo. Observa los edificios y comprenderás mejor la cultura y la identidad de cada ciudad.

Más allá de la ciudad: La llamada de la naturaleza

Si bien este artículo se centra en la exploración de las ciudades, no podemos olvidar la importancia de los escenarios naturales. Las montañas, los bosques, los lagos, los ríos y los océanos nos ofrecen la oportunidad de conectar con la naturaleza, de respirar aire puro y de admirar paisajes impresionantes.

La naturaleza nos invita a la aventura, al deporte, al relax y a la contemplación. Nos permite escapar del estrés de la vida cotidiana y reconectar con nuestra propia esencia.

Más adelante, dedicaremos un espacio a explorar los escenarios naturales y a descubrir su belleza salvaje.

El viaje continúa: Una invitación a la exploración

Espero que este artículo te haya inspirado a explorar las ciudades desde una perspectiva diferente, a descubrir su esencia y a conectar con su gente. Recuerda que viajar no es solo visitar lugares famosos, sino también sumergirse en la cultura local, conocer a su gente y descubrir la magia que se esconde en cada rincón.

Ahora te toca a ti elegir una ciudad, investigar sobre ella, planificar tu ruta y lanzarte a la aventura. Recorre sus calles, explora sus mercados, prueba su gastronomía, admira su arquitectura y mézclate con su gente. Descubre la ciudad que te espera.

Y recuerda, la naturaleza siempre está ahí, esperándonos con sus paisajes impresionantes y su belleza salvaje. La aventura continúa.

La Aventura de Viajar en la Generación X: Un Recuento Nostálgico

Soy representante de la generación X. En mi época, años 80´s en Colombia, viajar era una aventura llena de incertidumbre y desafíos. Hoy, veo a los millennials y centennials con su tecnología y recursos, y créeme, los envidio mucho. Pero también recuerdo con cariño aquellos tiempos donde la dificultad era parte de la experiencia. Este artículo es un recuento nostálgico de cómo era emprender esas rutas, con sus retos y recompensas únicas.

La tecnología factor diferencial

La tecnología ha cambiado el juego por completo. Nosotros viajábamos con mapas de papel y guías impresas, y si acaso teníamos un teléfono público cerca. Los extremos del país estaban al alcance que nos permitiera TELECOM. (Dejo la tarea para los que no saben qué es eso ). Hoy, los jóvenes tienen smartphones con GPS, apps de traducción, reservas online y hasta redes sociales para compartir sus experiencias al instante. A donde llegan hay conexión wifi (de diferentes capacidades paro siempre al alcance). Es como viajar con un asistente personal

Equipo: De la Comodidad a la Especialización

Antes, la ropa era la que teníamos a mano, muy poca de ella de carácter técnico. y los morrales parecían sacos de papas. Algunos aventureros locales se animaban a lanzar su propias marcas. Spigo en la carrera 13 con 69 en Bogotá tenía excelentes opciones. Hasta hoy tengo algunos de sus morrales. Ahora en cambio, existen telas especiales, impermeables, ultraligeras y respirables. Los morrales de hoy son ergonómicos y diseñados para cada tipo de aventura. Ni hablar de las botas Las mías eran de cuero pesado, y si se mojaban tardaban días en secar.

Comunicación: Del Correo a la Inmediatez

Imagínense enviar una postal y esperar semanas para que llegue. Esperar poder contactarse por cualquier medio durante semanas hasta meses. Hoy, los jóvenes se comunican por videollamada, comparten fotos y videos al instante, y hasta pueden trabajar desde cualquier lugar del mundo gracias al internet. La comunicación es instantánea y global.

Planificación: De la Improvisación a la Reserva Anticipada

Antes, la planificación era más intuitiva y muchas veces improvisada. Aprendíamos a leer curvas de nivel en mapas, buscábamos contexto en hemerotecas y nos arriesgábamos a explorar rutas desconocidas. A veces llegábamos a parques naturales o senderos donde conocíamos a alguien en una finca y rogabamos que todavía estuvieran y se acordaran de nosotros. Hoy, los jóvenes tienen acceso a buscadores de vuelos y hoteles, comparadores de precios y hasta plataformas para reservar actividades y tours con empresas locales que le apuestan a este tipo de turismo y que se están apoyando en este sector como estrategia de crecimiento.  La planificación es más precisa y eficiente

Experiencia: ¿Más Fácil, Menos Auténtica?

Si bien la tecnología facilita mucho los viajes, me pregunto si los jóvenes se pierden un poco de la aventura y la autenticidad que nosotros experimentábamos. Nosotros nos perdíamos, nos equivocábamos de camino, y así descubríamos lugares increíbles. La tecnología nos da seguridad, pero a veces nos aísla un poco de la cultura local y a veces genera que los viajeros se integren sólo entre ellos sin acceder de manera profunda a una experiencia mas real.

A manera de anecdota

Recuerdo las noches en campamentos improvisados, las cocinas que no prendían y la comida enlatada que nos salvaba. La creatividad en la cocina iba desde la generosidad de los campesinos con productos de la zona hasta lo que podíamos comer en frío. Perdí barcos, lanchas y mulas, por no conocer las frecuencias de servicios de transporte y aprendí a esperar conexiones durante días. Llegé a fronteras adivinando los procedimientos, y descubrí que lo mejor era admirar la ruta y lo que ofrecía más que torturarme con los tiempos ajustados de un plan.

Reflexiones nostálgicas

Envidio a los viajeros de hoy con su ropa técnica, sus morrales modernos y sus equipos de comunicación. Envidio que lleguen a cualquier pueblo y los esperen con platos vegetarianos, veganos y con cocina de autor. Hasta con menús degustación de ingredientes sostenibles. Envidio los hostales que ofrecen camas cómodas en un lugar seguro al final de la jornada.  Pero después de estas líneas, añoro esos momentos, esas personas amables (y no tan amables) que me encontré en el camino en aquellos años. Añoro la cena de salchichón con gaseosa, la lata de arvejas en la selva chocoana, las cocadas que me sostuvieron por tres días cuando perdí un barco en Bahía Solano y la pega de arroz que me brindó un capitán de barco días después, cuando por fin pude embarcarme de nuevo. Qué buenos tiempos fueron.

Añoro la rudeza de esa selva que no estaba preparada para mí, y mucho menos yo para ella. Pero fue en esa selva donde aprendí a valorar cada sorbo de agua, cada bocado de comida, cada noche bajo las estrellas. Fue allí donde descubrí la fuerza que no sabía que tenía, la capacidad de adaptarme a lo inesperado y de encontrar belleza en lo más simple.

Envidio la facilidad con la que los jóvenes de hoy pueden planificar sus viajes, reservar hoteles y comprar vuelos. Pero también me pregunto si esa facilidad no les impide vivir la emoción de la incertidumbre, la aventura de lo desconocido. Nosotros nos perdíamos en los mapas, dormíamos en cualquier lugar que nos agarrara la noche y comíamos lo que encontrábamos. Pero esa incertidumbre era parte de la aventura, y nos permitía vivir experiencias únicas e inolvidables.

Añoro la conexión humana que establecíamos con la gente local. No teníamos internet ni teléfonos móviles, así que la única forma de comunicarnos era hablando, preguntando, compartiendo. Así conocimos a campesinos que nos ofrecieron su comida, a pescadores que nos llevaron en sus barcos y a familias que nos abrieron las puertas de sus casas. Esa conexión humana era mucho más valiosa que cualquier like en redes sociales.

Envidio la seguridad con la que los jóvenes de hoy pueden viajar. Pero también me pregunto si esa seguridad no les impide descubrir su propia fuerza, su capacidad de superar obstáculos y de adaptarse a situaciones difíciles. Nosotros nos enfrentábamos a peligros diferentes, como animales salvajes, caminos intransitables y condiciones climáticas extremas. Pero al superar esos peligros, nos sentíamos más fuertes, más capaces, más vivos. Atención que tambien se que las amenazas de hoy aunque diferentes también son retadoras.

Envidio la comodidad con la que los jóvenes de hoy pueden viajar. Pero también me pregunto si esa comodidad no les impide valorar lo que tienen, apreciar lo que han logrado. Nosotros viajábamos con lo mínimo indispensable, y cada objeto que llevábamos tenía un valor incalculable. Al llegar a un pueblo, apreciábamos la electricidad, el agua corriente, una ducha caliente. Hoy, los jóvenes tienen todas esas comodidades a su alcance, y tal vez no las valoren de la misma manera. Tal vez pueda ser una generalización.

En definitiva, envidio a los viajeros de hoy, pero también añoro mi época de viajero de la generación X. Fue una época difícil, pero también hermosa, llena de desafíos y recompensas. Fue una época que me enseñó a ser fuerte, a ser creativo, a ser humano. Y aunque no volvería a cambiar mi experiencia por nada del mundo, me alegra saber que los jóvenes de hoy tienen la oportunidad de vivir sus propias aventuras, de descubrir su propia fuerza y de crear sus propios recuerdos inolvidables.

Aprendizaje a Través de los Desafíos

Los desafíos que enfrentábamos nos enseñaron a ser resilientes, creativos y a resolver problemas inesperados. Aprendimos a leer mapas, a orientarnos sin GPS, a negociar con los locales y a sobrevivir con lo mínimo indispensable. Estas habilidades nos sirvieron para la vida. Tengo fé que lo que hoy le ofrece el mundo a los nuevos viajeros, también dejará su huella y aprendizaje.

Si son millennials o centenials y han llegado hasta aquí, disfruten de sus ventajas, pero no se olviden de la aventura y la conexión humana. Viajen, exploren, pero también interactúen con la gente local, prueben su comida, aprendan su idioma y sumérjanse en su cultura. La tecnología es una herramienta maravillosa, pero no dejen que les impida vivir la auténtica experiencia de viajar. guarden la experiencia más allá que en sus redes. Tomen fotos con sus miradas limpias sin celulares en el medio. opten por capturar ese recuerdo en su memoria y no en los gigas de sus aparatos. Recojan más experiencias, diferentes pero ricas en motivos, pasiones e interpretaciones de este mundo que nos pertenece a todos.